De la ley al violín: La vida en clave de lucha de la músico venezolana Karla Cañizalez

Para Karla, la música no es un simple oficio. Es un modo de estar en el mundo. Habla de ella con una mezcla de gratitud y responsabilidad

Jueves, 14 de septiembre de 2023 a las 08:00 pm
De la ley al violín: La vida en clave de lucha de la músico venezolana Karla Cañizalez

Hay decisiones que parecen pequeñas y sin embargo lo cambian todo. Karla Cañizalez tenía ocho años cuando se sentó frente al televisor y vio por casualidad un concierto sinfónico. No recuerda el programa completo, ni quién dirigía, pero sí el impacto de aquella imagen: una orquesta completa, la energía del escenario, el sonido envolvente. Ese día miró a sus padres y les dijo que quería estar allí, que quería formar parte de una orquesta y que su instrumento sería el violín. Sin saberlo, acababa de escoger su destino.

La música no llegó a su vida como algo extraño. Viene de una familia donde tocar y cantar es parte de la cotidianidad. Su padre ejecuta el cuatro y canta, su hermano es chelista, guitarrista y también cantante. Karla suele decir que lo musical en su casa “se trae en la sangre” y que lo que ella ha hecho es estudiar y perfeccionar ese don todos los días. Esa mezcla de herencia y disciplina se convirtió en el hilo conductor de una trayectoria que supera ya las dos décadas.

Tras aquella revelación infantil, comenzó a asistir al Conservatorio de Música de Boconó, en Venezuela, donde se formó como música integral. Sus tardes se dividieron entre el colegio y las aulas del conservatorio. Allí se enfrentó al solfeo, la armonía, el piano complementario, la música de cámara, las clases de canto y, sobre todo, al estudio exigente del violín. Llegaba a casa y volvía a estudiar. No era una obligación impuesta, sino una decisión asumida muy temprano. Poco a poco, la niña que imitaba con la mirada a los violinistas de la televisión se fue convirtiendo en una intérprete sólida.

En paralelo, Karla siguió un camino académico que la llevó a graduarse de abogada en la Universidad de Los Andes. En 2007 obtuvo su título en Leyes, después de una formación escolar en el Colegio Nuestra Señora de Fátima. Su expediente habla de esfuerzo y constancia, pero cuando se le pregunta cuál es el área que realmente la define, no duda: la música. No hay contraste ni conflicto en su respuesta, hay claridad. Si tuviera que elegir una y otra vez, volvería al violín.

Para Karla, la música no es un simple oficio. Es un modo de estar en el mundo. Habla de ella con una mezcla de gratitud y responsabilidad. La ha llevado a escenarios, a salas de ensayo, a compartir con otros músicos, pero también la ha colocado frente a grupos de niños y adultos que se acercan por primera vez a una partitura. Allí aparece otra faceta que considera esencial: la docente.

Desde pequeña, el lema del maestro José Antonio Abreu, “Tocar y luchar”, se le quedó grabado. No como eslogan, sino como ética de vida. Tocar no solo como acto artístico, sino como ejercicio de disciplina y entrega. Luchar no solo por una carrera, sino por lo que la educación musical puede significar en la vida de una persona. Karla cree firmemente que la educación es el punto de partida que define destinos. Por eso insiste en que enseñar música la hace sentirse útil, parte activa en la formación de nuevas generaciones.

En su relato, la imagen se repite: el “corazoncito” de quienes se acercan por primera vez a un instrumento. Esos inicios ajenos la conectan con la niña que fue. Cuando guía a un estudiante en la lectura musical o en la comprensión de un compositor, siente que su propio camino cobra sentido de otra manera. No solo interpreta obras, también ayuda a que otros descubran la posibilidad de interpretarlas, entenderlas y amarlas.

En un medio competitivo, Karla evita hablar de diferencias como si se tratara de una carrera por destacar frente a los demás. Reconoce que tiene colegas brillantes, formados bajo el mismo lema que marcó a toda una generación. No se atribuye un rasgo técnico que la separe tajantemente, sino que prefiere pensar que “cada uno nació para brillar con luz propia”. Lo que sí defiende con claridad es el carácter universal de la música, esa capacidad de llegar a distintas almas de forma distinta. Allí es donde ella busca estar a la altura, afinando no solo el instrumento, sino también la sensibilidad.

Cuando se describe a sí misma a nivel profesional, las palabras que elige son precisas: responsable, disciplinada, productiva, proactiva. Asegura que es capaz de tomar decisiones en momentos difíciles y confía en ese sexto sentido que, según dice, los músicos desarrollan con los años. Le gusta trabajar en equipo, pero también puede asumir procesos de forma individual. Se considera tranquila, aunque siempre acompañada de una fuerte iniciativa. La perfección, o al menos la búsqueda constante de hacer las cosas mejor, es un ideal que la acompaña en cada proyecto.

Su gran habilidad, insiste, es tocar el violín y haber aprendido a leer e interpretar música de forma profunda. Entender un poco más a cada compositor, acercarse a sus obras como quien entra a un universo personal, le permite sentir que ocupa un lugar especial dentro de ese mundo. A ello se suma un talento que valora mucho: la capacidad de enseñar. Karla se percibe con un don natural para transmitir conocimientos y lograr que estos sean comprendidos con motivación, no solo desde la teoría, sino desde la emoción.

Hoy su mirada está puesta en la comunidad musical internacional, luego una residencia en Japón. No solo ve el mundo como un territorio de oportunidades, sino como escenario donde puede ampliar su aporte. Quiere llevar a Norteamerica, sus habilidades como violinista, acercarse a nuevos públicos que gozan de la música clásica y también a contextos más híbridos donde la interpretación dialogue con otras estéticas. Su meta es continuar creciendo profesionalmente, trabajar en equipo con versatilidad y seguir expandiendo sus proyectos, luego de haberse expandido al resto de America, Europa y Asia.

Pero en ese plan hay un punto que no negocia: la educación. Desea seguir enseñando, compartir su experiencia con niños y adultos, ser parte del crecimiento diario de quienes se inician en la música. Para ella, no se trata únicamente de formar instrumentistas, sino de contribuir a la construcción de personas más sensibles, disciplinadas y conscientes del valor del arte.

Cañizalez es, en el fondo, la historia de una vocación que se sostuvo en el tiempo. Una niña frente a un televisor, una familia donde la música siempre estuvo presente, un conservatorio que la formó, un título universitario que demostró su capacidad de esfuerzo, y más de dos décadas de insistencia diaria sobre las cuerdas del violín. Todo eso la ha llevado a un punto en el que puede mirar hacia atrás con orgullo, y hacia adelante con la misma ilusión de aquella primera vez que dijo, sin dudar, que quería ser parte de una orquesta. Hoy sigue tocando y luchando, fiel a la promesa que se hizo de niña, afinando su camino nota a nota.

 

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