La latina Danitza Milojevic se consolida en el arte de la actuación

Su elemento diferenciador, explica, nace en casa. “Definitivamente mis raíces. Nací y crecí en México pero mi familia es de diferentes países. Mi papá es serbio, mi mamá es colombiana y mi hermano es tailandés”

Lunes, 11 de noviembre de 2024 a las 07:00 pm
La latina Danitza Milojevic se consolida en el arte de la actuación

Durante décadas, la actuación se confundió con el mito del “talento natural”. Bastaba el carisma, decía la leyenda, para abrirse paso en escenarios y sets. Hoy esa narrativa quedó corta. La industria exige entrenamiento, rigor técnico, lectura fina del texto y una ética de trabajo que se aprende y se ejercita. La trayectoria de Danitza Milojevic, actriz mexicana de raíces serbias y colombianas, muestra con nitidez ese viraje: la actuación no es solo vocación, es una carrera que se estudia de manera formal, con método, con perseverancia y con la misma disciplina que cualquier profesión universitaria.

Milojevic recuerda el origen del impulso con una imagen doméstica, luminosa y común a muchas infancias creativas: “Desde que era niña las artes me han atraído. Crecí bailando y cantando y me encantaba hacer todo un show para mi familia”. El juego también fue escuela. En su habitación montaba escenas con amigas, se repartían roles y construían historias. Ahí asomaba ya la materia prima del oficio: imaginación, escucha, disponibilidad al juego. Pero en su caso el deseo artístico convivió con un plan trazado desde los seis años. “Al terminar la preparatoria, inmediatamente empecé a estudiar medicina”, cuenta. La figura del abuelo doctor parecía marcar el camino. Durante dos años sostuvo la ruta, hasta que esa “voz al fondo de la cabeza” dejó de ser susurro y se volvió decisión.

El cambio fue radical y concreto: dejó medicina, se mudó a Los Ángeles y se inscribió en la New York Film Academy. No es menor el dato. Elegir una escuela, someterse a un currículum y graduarse —en su caso, en agosto de 2024, con un Associate Degree in Fine Arts— es reconocer que el talento necesita herramientas. En la formación actoral contemporánea se estudia análisis de guion, técnicas de interpretación frente a cámara, voz, movimiento, historia del cine y del teatro, preparación de audiciones y trabajo colaborativo. A la vez, se entrena la musculatura invisible del oficio: la paciencia, la tolerancia al rechazo, la capacidad de foco.

El salto al mundo profesional tampoco fue improvisado. Tras graduarse, Milojevic siguió tomando clases en estudios de Los Ángeles, consiguió representación y empezó a audicionar. Asumió, además, un principio que cada vez resuena más entre intérpretes jóvenes: no esperar a que “te descubran”, sino crear tus propias oportunidades. “También empecé a colaborar con personas que conocí durante mis estudios y hasta llegué a crear mi propio cortometraje con mi pareja, que mandamos a varios festivales y pronto será lanzado”, dice. La frase es importante porque conecta con la realidad de una industria que premia a quienes escriben, producen y protagonizan sus proyectos. El actor de hoy —y la escuela lo subraya— aprende a leer contratos, a moverse en set, a entender el arco de producción y a conversar de igual a igual con directores y equipos.

Su elemento diferenciador, explica, nace en casa. “Definitivamente mis raíces. Nací y crecí en México pero mi familia es de diferentes países. Mi papá es serbio, mi mamá es colombiana y mi hermano es tailandés”. Esa red cultural, tejida con viajes, idiomas y perspectivas distintas, amplía su paleta interpretativa. No es un dato folclórico: una actriz que entiende cómo cambia el mundo cuando cambian la lengua, la comida o el humor, llega al texto con más matices. Y su método lo confirma: “Soy buena encontrando lo escondido en un guion, lo que no dicen, y entender la manera de pensar de diferentes personajes”. Ahí se escucha la escuela otra vez. El análisis minucioso del subtexto, la búsqueda de motivaciones y objetivos, la lectura ética del personaje, son competencias que se estudian y se practican.

El set es su lugar predilecto. “Desde el momento en el que te llega la audición, hasta tu primer día en set, es bastante satisfactorio… ahora solo es divertirte y dejar que tu creatividad fluya”. Esa frase encierra una paradoja valiosa: el disfrute aparece cuando la preparación está hecha. La libertad creativa no es azar; es el resultado de haber ensayado, investigado, probado elecciones. Y cuando la cámara no está, el escenario la reclama. “El teatro definitivamente es lo que más me gusta hacer como actriz… La adrenalina frente a un público, cómo una obra nunca es igual dos veces, la libertad que sientes en el escenario, todo del teatro me encanta”. El teatro, con su precisión milimétrica y su presente absoluto, es también una escuela permanente. Obliga a afinar el oído, a sostener el ritmo, a convertir el error en hallazgo. Esa gimnasia repercute luego en la pantalla.

En un ecosistema competitivo, los hitos ayudan a sostener el camino. Milojevic obtuvo un reconocimiento como actriz principal en el Accolade Global Film Competition por su trabajo en “GUILT”, donde además recibió otros tres premios como cineasta. Ha estado en set junto a figuras como Laura Dern, Keanu Reeves, David Spade, Bobby Lee, Rachel Sennott, Kristen Wiig y Elle Fanning, y filmó una escena con David DeLuise, un guiño entrañable a sus recuerdos de “Los Hechiceros de Waverly Place”. Más allá del brillo del nombre propio, esa enumeración habla de otra cosa: solvencia para moverse en equipos grandes, escuchar directores diversos y asumir códigos profesionales exigentes.

Hay, sin embargo, una pregunta que atraviesa su experiencia y la de miles de artistas latinos que trabajan en la industria estadounidense: ¿qué lugar ocupa la identidad en un sistema que categoriza? “Esta es una industria que se basa mucho en categorías… a veces siento que no entro en ninguna”, admite. Para algunos latinos “parece y habla como americana”, para americanos “no parece ni habla 100% como ellos”, y tampoco calza en el estereotipo de “latina” que la industria arrastra. Ese limbo clasificatorio puede ser frustrante, pero también es un campo fértil para construir personajes menos obvios y más complejos. En la medida en que las escuelas y los sets incorporan una mirada crítica sobre el casting tipo y amplían su repertorio de historias, perfiles como el suyo encuentran lugar.

El futuro, en su caso, no se vive como un tablero de metas a diez años, sino como una práctica diaria. “Ahora trato de enfocarme más en el presente, en qué puedo hacer día con día, aunque sea solo una cosa, que sea beneficioso para mí y mi carrera”. Es una ética de trabajo que desactiva la ansiedad y pone el foco en lo que sí se controla: estudiar, entrenar, leer, audicionar, escribir, colaborar. La fe —en Dios y en sí misma, dice— funciona más como motor que como brújula. El horizonte está, pero el paso es el de hoy.

El aporte a la comunidad artística de Estados Unidos, se propone, pasa por la representación. “Quiero ser una representación para mujeres, sobre todo mujeres latinas, demostrando que no hay que tener miedo de soñar grande y luchar por tus sueños”. No es una consigna vacía. Representar significa aparecer en pantalla sin pedir permiso, encarnar personajes con verdad, sostener la autenticidad incluso cuando el mercado la intenta domesticar. También significa abrir puertas: compartir procesos, recomendar colegas, producir historias que abran espacios para otras.

En este punto, conviene volver al principio: la actuación como carrera formal. El recorrido de Milojevic derriba la fantasía del “nacer actriz” y la reemplaza por una narrativa más útil y más justa. Se puede nacer con inclinación artística, sí; pero convertirse en actriz profesional implica estudiar, practicar, equivocarse, ajustar, insistir. Implica identificar lo que te separa y lo que te une a un personaje, y trabajar desde ahí. Implica tomar clases después de graduarte, porque el oficio no termina en el diploma. Implica, también, aceptar la dimensión colectiva del trabajo: profesores, compañeros, representantes, directores, técnicos, familia. “Con el apoyo de mis papás, sin ellos no estaría aquí”, reconoce. La madre que acompañó la mudanza y dio consejos para la vida sola en otro país, el padre que tendió el puente hacia la escuela de cine, son parte real de la biografía profesional. Nadie sube solo.

La historia de Danitza Milojevic no es un cuento de hadas con atajos ni un catálogo de golpes de suerte. Es el retrato de una decisión sostenida con estudio y trabajo. Es también el recordatorio de que la identidad es un obstáculo sino un repertorio. Y es, por último, una invitación a mirar la actuación con el respeto que merece cualquier carrera seria: una práctica artística que se aprende, se ejercita y se perfecciona.

 

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