La aparente tranquilidad de los Andes venezolanos cambió drásticamente a mediados de la década de 1990, cuando una serie de desapariciones comenzó a sembrar el pánico en el estado Táchira.
La prensa local y nacional dirigió todos sus focos hacia un indigente hasta entonces desconocido: Dorángel Vargas Gómez, alias "El comegente", cuyo nombre pronto se convertiría en sinónimo del crimen.
La detención de Vargas reveló una verdad que superaba cualquier ficción: no solo era un asesino serial, sino también el primer caníbal documentado en la historia criminal venezolana.
La recaída y el macabro banquete
Su primera captura, tras el asesinato de otro mendigo, Cruz Baltazar Moreno, y la denuncia valiente de un tercero, Antonio López Guerrero, lo llevó a un psiquiátrico.
Tras una reclusión inicial de dos años en el Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica de Peribeca, el Estado venezolano consideró a Dorángel Vargas apto para volver a las calles, una decisión con consecuencias fatales.
Lo primero que hizo el caníbal fue buscar a quien lo había delatado, Antonio López Guerrero, para vengarse de la manera más atroz. Según sus propias escalofriantes confesiones, no solo lo asesinó, sino que consumió su carne, incluyendo su corazón aún "caliente", un acto que simbolizó su total rendición a sus impulsos.
La cacería en el Río Torbes
Vargas, diagnosticado con esquizofrenia paranoide, se asentó en las laderas del río Torbes y bajo el puente Libertador de la capital tachirense, San Cristóbal. Allí, su modus operandi se perfeccionó: cazaba a sus víctimas (hombres adultos, obreros, deportistas o excursionistas de entre 30 y 40 años) con una especie de arpón artesanal.
Las extremidades, manos y pies, eran descartadas y arrojadas al río, pues no le resultaban "apetecibles", pero el resto de la carne terminaba en su cocina.
El menú del terror
El asesino confesó a las autoridades y a periodistas, como Sinar Alvarado, autor del libro Retrato de un caníbal, que prefería la carne de hombre por ser "más sabrosa" y tener un gusto parecido a "marrano salado, un sabor parecido al jamón".
Afirmaba que las mujeres y los niños estaban fuera de su menú porque "no molestan a nadie". La carne de sus víctimas era preparada en diversas recetas: empanadas, sopas, guisos y asados, que incluso compartió con otros indigentes sin que estos supieran su origen.
Sus declaraciones no hacían más que añadir horror: usaba los ojos para hacer sopa y los órganos y tripas para hacer "pericos" (huevos revueltos).
La captura definitiva y el enigma de las víctimas
La pesadilla terminó el 12 de febrero de 1999, cuando miembros de la Defensa Civil descubrieron el rancho del caníbal. Tras un rastreo inicial por el hallazgo de restos humanos en ollas, la policía dio con la choza de Vargas.
En su cocina, encontraron carne humana lista para el consumo, además de tres cabezas y varias manos y pies. Dorángel Vargas fue arrestado y confesó sin remordimientos haber matado a diez personas, pero las denuncias de desaparecidos en la zona de Táriba sugieren que el número real de sus víctimas podría ascender a más de 40.
Debido a su esquizofrenia paranoide, Dorángel Vargas fue declarado inimputable en 2010. Esto significa que, legalmente, no puede ser condenado a una pena de prisión convencional, sino que debería ser recluido en un centro psiquiátrico de máxima seguridad.
Sin embargo, continúo recluido en un calabozo de la Dirección de Seguridad y Orden Público del Táchira, en lugar de un centro de salud mental.
El terrible episodio en 2016
La historia de terror de Vargas no se detuvo tras las rejas. En octubre de 2016, "El comegente" volvió a acaparar titulares por un suceso macabro durante una revuelta en el Cuartel de Prisiones de PoliTáchira.
Tras la toma del centro por reclusos, dos prisioneros fueron asesinados para presionar a las autoridades. Según denuncias, Dorángel fue el encargado de descuartizar y, presuntamente, servir los restos de los cadáveres cocinados con arroz a otros privados de libertad, un acto de barbarie que reafirma su incesante y peculiar peligrosidad.
El renombrado periodista y escritor británico John Carlín, autor de El Factor Humano, pensó inicialmente que la crónica de Sinar Alvarado sobre Dorángel Vargas era una novela, dada la inverosimilitud del horror relatado.
La figura de Dorángel Vargas Gómez se mantiene como un recordatorio sombrío de los abismos a los que puede llegar la mente humana cuando la enfermedad mental no es atendida a tiempo y de manera consecuente, dejando una huella de horror imborrable en la historia de Venezuela.
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