Hay películas que entretienen. Y luego están las que, bajo su superficie pop y brillante, esconden historias que pueden tocar lo más profundo del alma y revelar dramas psiquiátricos.
KPop Demon Hunters —la sensación animada de Netflix— es una de esas rarezas: un musical vibrante que, según el psiquiatra Dr. Sulman Aziz Mirza, explora con sorprendente sutileza temas de vergüenza, identidad y sanación que resuenan con problemas psiquiátricos reales.
En su análisis, el Dr. Mirza señala que el arco de la protagonista (Rumi) y el antagonista ambivalente (Jinu) no solo sirven a la trama fantástica: representan patrones psicológicos reconocibles. La vergüenza, ese peso silencioso que empuja al aislamiento, al ocultamiento y a evitar rituales sociales, aparece como fuerza motriz. Rumi se ve forzada a esconder partes de sí misma, evitando momentos de intimidad y conexión, lo que alimenta su sensación de desarraigo y empeora su salud mental.
Identidad, secretos y dramas psiquiátricos
Mirza interpreta la historia como un mapa de las heridas que deja el sentir que no encajas: ser birracial, vivir una sexualidad no normada, o luchar con experiencias traumáticas o neurodivergencia puede provocar patrones de autoaislamiento similares a los que muestra la película. Esos patrones "frecuentemente se traducen en síntomas que vemos en la clínica: depresión, ansiedad social y dificultades para formar redes de apoyo", afirma.
La película despliega estas capas con canciones y escenas que funcionan como ventanas a estados emocionales complejos.
Uno de los hallazgos más esperanzadores del comentario del Dr. Mirza es el papel sanador de la música y la pertenencia. En KPop Demon Hunters, la música no es solo entretenimiento: es un vehículo de reparación emocional. A través del canto y la conexión con otros, los personajes comienzan a transformar la vergüenza en narrativa compartida, lo que facilita procesos semejantes a la terapia de grupo o a intervenciones comunitarias en salud mental. Esa representación subraya cómo la cultura popular puede modelar vías de contención más humanas y menos estigmatizantes.
Cuando la fantasía refleja la clínica
Mirza sugiere que la película ofrece recordatorios útiles para profesionales de la salud mental: la vergüenza suele ser un síntoma transdiagnóstico que impide la búsqueda de ayuda; los rituales de pertenencia (incluso los cotidianos) importan; y las intervenciones que restauran la voz y la comunidad pueden ser profundamente terapéuticas. Ver estos conceptos dramatizados ayuda tanto a clínicos como al público general a identificar señales y a normalizar la conversación sobre la salud mental.
Aunque la película ofrece momentos de catarsis, Mirza advierte sobre leer la ficción como sustituto de la terapia profesional. La narrativa muestra procesos de curación simbólica —fundamentales para reducir el estigma—, pero no sustituye evaluación clínica, diagnósticos ni tratamientos basados en evidencia. Esa distinción es clave: el arte abre puertas a la empatía; la medicina aporta las herramientas estructuradas para la recuperación.
Cuando un film de masas enseña que la vergüenza puede secuestrar vidas y que la música y la comunidad ayudan a recomponerlas, la conversación pública sobre salud mental gana matices. Mirza usa la película como puente para hablar de realidades clínicas, y ese eco entre arte y psiquiatría facilita que más personas reconozcan señales propias o en seres queridos y pidan ayuda.
El análisis completo del doctor Mirza está disponible en The Burden of Shame and the Healing of Self in “KPop Demon Hunters”, Psychiatric News.
Foto cortesía de Freepik
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