¿Te has parado a pensar por qué sientes una pequeña descarga de felicidad cuando alguien da “like” a una de tus fotos en redes sociales? ¿O por qué, a veces, después de navegar un rato por Instagram te sientes raro, comparado o vacío?
En un mundo donde la vida se comparte en tiempo real, el acto de publicar —sobre todo fotos y videos personales— deja de ser inocente: puede decir mucho sobre nuestras necesidades emocionales y, en algunos casos, encender alarmas en salud mental.
Detengámonos a revisar qué señales deberías mirar, por qué este comportamiento no siempre es inofensivo y qué dicen los grandes centros académicos, como Harvard, Yale y Oxford sobre los riesgos más relevantes.
Señales de alerta
- Publicas constantemente y mides tu valor por las reacciones (likes/comentarios).
- Te sientes ansioso si no publicas o si las publicaciones no obtienen la respuesta esperada.
- Editas o inventas momentos para mostrar una vida “perfecta”.
- Te comparas a menudo y tu estado de ánimo depende de lo que ves en otros perfiles.
- Pasas más tiempo creando contenido que viviéndolo.
Si te reconoces en varios puntos, no significa que tengas un diagnóstico, pero sí que vale la pena hacerse preguntas honestas: ¿subo porque disfruto o porque necesito confirmar algo en otros?
Cuidado con las redes sociales
Publicar activa gratificaciones rápidas: atención, validación, pertenencia. Eso en sí no es patológico. El problema aparece cuando esa validación externa se convierte en el termómetro de tu autoestima. Además, las redes potencian la comparación social —mostramos lo mejor, vemos lo mejor de otros— y eso puede erosionar la satisfacción personal. En algunas personas esta dinámica se asocia a ansiedad, depresión o a patrones de búsqueda constante de aprobación.
A partir de numerosos estudios y resúmenes académicos, los grandes centros coinciden en que la relación entre uso de redes sociales y salud mental es compleja: no hay una respuesta única que valga para todos, pero hay patrones claros de riesgo. Harvard y su Escuela de Salud Pública indican que los efectos dependen de cómo se usa la red (no sólo de cuánto).
Investigaciones y resúmenes de Harvard también han enfatizado riesgos específicos para adolescentes —particularmente chicas jóvenes— donde la exposición continua a imágenes puede contribuir a insatisfacción corporal, trastornos de la conducta alimentaria y aumento de ansiedad.
Yale, por su parte, advierte sobre los cambios en el desarrollo emocional y en la regulación afectiva de los adolescentes ante un uso excesivo de pantallas y actividades de publicación/consumo intenso. Algunos trabajos de Yale exploran cómo el tiempo y la forma de interactuar con pantallas pueden asociarse a dificultades en el aprendizaje emocional y conductas de riesgo.
Oxford (Internet Institute) ha aportado matices importantes: estudios amplios muestran que no existe un “disparador” universal que haga daño a todo el mundo por igual —en algunos análisis no se encuentra una relación causal directa—, pero sí detectan que jóvenes con condiciones de salud mental preexistentes usan las redes de forma diferente y sufren más comparación y efectos negativos del feedback en línea.
Además, investigaciones recientes en revistas de alto impacto muestran que adolescentes con condiciones internas como ansiedad o depresión reportan mayor tiempo en redes, más comparaciones sociales y mayor impacto emocional por “likes” o comentarios, lo que apunta a un ciclo que puede agravar síntomas.
¿Qué hacer para controlar el uso de redes sociales?
1 Haz una auditoría digital: reduce publicaciones a una por día y observa cómo te sientes.
2 Desactiva notificaciones y crea “horas sin pantalla”.
3 Cultiva interacciones reales: prioriza llamadas, encuentros o conversaciones profundas.
4 Si tus cambios de ánimo son persistentes, busca asesoría profesional: psicólogos y servicios de salud mental pueden ofrecer herramientas útiles.
5 Considera pausas largas en redes (prueba 7–14 días) para evaluar impacto real en tu ánimo.
Foto cortesía de Freepik
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