La respiración es un acto tan básico que solemos darlo por sentado, pero recientes estudios en neurociencia están revelando que su impacto va mucho más allá de simplemente oxigenar el cuerpo. Más allá del intercambio de gases, la forma en que respiramos puede influir en el funcionamiento cerebral, en nuestras emociones, en la capacidad de atención y en el aprendizaje. Esa conexión entre mente, cuerpo y respiración invita a repensar hábitos aparentemente automáticos desde una nueva perspectiva de salud integral.
Habla la experta
La neurocientífica, Nazareth Castellanos, explica que el cerebro no opera de modo aislado, sino que busca ordenarse mediante distintos ritmos internos, entre los cuales la respiración juega un papel clave. Según Castellanos, aunque inhalar y exhalar es un proceso automático, la mayoría de las personas lo hace de forma irregular: ese desorden respiratorio hace que los núcleos que anticipan cada inhalación pierdan la sincronía, enviando señales de alerta al cerebro.
Por el contrario, dedicar unos minutos al día a respirar de forma consciente promueve una mejor coordinación neuronal. Castellanos plantea que este gesto sencillo “introduce orden” en el cerebro, favoreciendo funciones como la atención, la memoria y el equilibrio emocional.
Asimismo, la experta advierte que la respiración, al entrar en juego de modo consciente, también modula la activación de redes cerebrales vinculadas al estrés o a la rumiación mental. Al alargar la exhalación se reduce esa hiper-activación y se facilita el retorno al estado de calma.
Castellanos propone que entrenar la respiración no solo sirve para meditar o relajarse, sino que es un puente entre el sistema nervioso, el cerebro y el cuerpo: una puerta de acceso al bienestar cerebral, que puede integrarse en la rutina diaria sin necesidad de grandes instrumentos o tecnologías.
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