El kéfir y el yogur son productos lácteos fermentados que comparten muchas similitudes, pero también presentan diferencias clave en cuanto a su elaboración, sabor, textura y beneficios para la salud.
Ambos contienen probióticos -microorganismos vivos que favorecen la salud intestinal-, pero sus perfiles nutricionales y bacterianos no son idénticos.
El yogur se produce mediante la fermentación de la leche con bacterias específicas, principalmente Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus. Estas bacterias convierten la lactosa en ácido láctico, dando al yogur su sabor ácido y su consistencia cremosa.
El kéfir, en cambio, se elabora utilizando granos de kéfir, que son una combinación de bacterias y levaduras. Esto da como resultado una fermentación más compleja y una bebida ligeramente efervescente, más líquida y con un sabor más fuerte y ácido.
Diferencias
Una de las mayores diferencias radica en la diversidad de microorganismos. El kéfir contiene una gama más amplia de bacterias y levaduras, lo que lo convierte en una fuente más rica y diversa de probióticos en comparación con el yogur. Esto puede traducirse en mayores beneficios para el sistema digestivo y el sistema inmunológico.
Tanto el kéfir como el yogur promueven una flora intestinal saludable, pueden mejorar la digestión y fortalecer el sistema inmunológico. Sin embargo, debido a su diversidad microbiana, el kéfir puede ser más efectivo en casos de disbiosis intestinal (desequilibrio de la microbiota). Además, gracias a sus levaduras, el kéfir tiene propiedades antifúngicas que el yogur no ofrece.
Tolerancia a la lactosa
Ambos productos tienen menor cantidad de lactosa que la leche, lo que los hace más fáciles de digerir para las personas con intolerancia parcial. No obstante, el kéfir suele ser mejor tolerado, ya que sus microorganismos consumen más lactosa durante la fermentación.
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